El porvenir del teatro / Paul Arnold

Por: Arnold, PaulTipo de material: TextoTextoIdioma: Español Lenguaje original: Francés Detalles de publicación: Buenos Aires: Leviatán, imp. 1958Descripción: 173 p. il. 21 cmTema(s): Teoría y técnica teatral | Conflicto dramático | Personajes dramáticos | Puesta en escena | Escenografía | Vestuario | MaquillajeResumen: Limitan al poeta, en sus medios de expresión, solamente el número de palabras y las combinaciones sintácticas y prosódicas; al pintor, las posibilidades de mezcla y oposición de colores y matices; al escultor las leyes del peso y la resistencia de la materia plástica. El teatro, por el contrario, tropieza simultáneamente con todas las limitaciones; debe someterse a la capacidad evocativa de todas las artes; la expresión del lenguaje del cuerpo humano, de la voz humana, los límites espaciales, la visibilidad, el simbolismo de los colores, etc. Cualquiera sea la habilidad del técnico, no es posible hacer caso omiso en estos obstáculos, y debe desde un principio definirse el teatro en función de un lugar convencional en el que se ha convenido transcurrirán las escenas más diversas, las más diversamente situadas, prolongadas en el tiempo. Resulta igualmente ilusoria la pretensión de transportar al público al seno de un mundo aparte, extraño a su propia personalidad. El espectador jamás olvida, ni debe hacerlo en momento alguno, que está en el teatro, y que ha sido convocado a él para que allí retorne al estado de gracia propio de su infancia, para que se conduzca deliberadamente como si el espectáculo fuera real. En verdad, no buscamos en el teatro otra ilusión que el despertar de nuestras pasiones y experiencias, conscientes o inconscientes, por imitación, repetición o analogía. De allí proviene la virtud de expiación que Aristóteles atribuía al teatro. No debemos buscar en él aquel mórbido goce del hombre que indiscretamente sorprende el secreto de su prójimo. El teatro debe hallarse en nosotros y no fuera de nosotros. No es esencialmente un cuerpo; se trata esencialmente de un alma, nuestra alma, con sus mitos y sus símbolos. Por lo tanto, la obra teatral no consiste en la exacta reconstrucción de las realidades sensibles; sino la sugestión, despojada todo lo posible de lo gratuito, en el simbolismo más directamente apoyado en la vida, de la cual debe ser como la quintaesencia concreta. (Del prefacio)
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Fondo antiguo - Teatro Sede de Argumosa 10117 Consulta en sala 0032524803560
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Indice: p.173

Título del original francés: L'avenir du théâtre

Limitan al poeta, en sus medios de expresión, solamente el número de palabras y las combinaciones sintácticas y prosódicas; al pintor, las posibilidades de mezcla y oposición de colores y matices; al escultor las leyes del peso y la resistencia de la materia plástica. El teatro, por el contrario, tropieza simultáneamente con todas las limitaciones; debe someterse a la capacidad evocativa de todas las artes; la expresión del lenguaje del cuerpo humano, de la voz humana, los límites espaciales, la visibilidad, el simbolismo de los colores, etc. Cualquiera sea la habilidad del técnico, no es posible hacer caso omiso en estos obstáculos, y debe desde un principio definirse el teatro en función de un lugar convencional en el que se ha convenido transcurrirán las escenas más diversas, las más diversamente situadas, prolongadas en el tiempo. Resulta igualmente ilusoria la pretensión de transportar al público al seno de un mundo aparte, extraño a su propia personalidad. El espectador jamás olvida, ni debe hacerlo en momento alguno, que está en el teatro, y que ha sido convocado a él para que allí retorne al estado de gracia propio de su infancia, para que se conduzca deliberadamente como si el espectáculo fuera real. En verdad, no buscamos en el teatro otra ilusión que el despertar de nuestras pasiones y experiencias, conscientes o inconscientes, por imitación, repetición o analogía. De allí proviene la virtud de expiación que Aristóteles atribuía al teatro. No debemos buscar en él aquel mórbido goce del hombre que indiscretamente sorprende el secreto de su prójimo. El teatro debe hallarse en nosotros y no fuera de nosotros. No es esencialmente un cuerpo; se trata esencialmente de un alma, nuestra alma, con sus mitos y sus símbolos. Por lo tanto, la obra teatral no consiste en la exacta reconstrucción de las realidades sensibles; sino la sugestión, despojada todo lo posible de lo gratuito, en el simbolismo más directamente apoyado en la vida, de la cual debe ser como la quintaesencia concreta. (Del prefacio)

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